¿Por qué no somos verdaderamente libres_

Hace un tiempo estaba en un cumpleaños y había un grupo de amigos bailando en el centro del salón. Recuerdo que me comencé a sentir incómodo, mis pies se adormecieron y mi corazón empezó a latir más rápido. Las manos me sudaban y la garganta se me resecó al punto que tuve que ir a buscar un vaso de agua para superar ese momento tan tenso. Se preguntará que era lo que me estaba ocurriendo, bueno, tenía una crisis que serenateaba uno de mis temores.

Seguían pasando los diferentes ritmos y con cada uno, las personas elegían la canción de su preferencia. Bailaron merengue, cumbia, bachata, salsa y cuánto género exista y sea bailable. Mi frustración aumentaba en conjunto con las manecillas del reloj. Mi estado de ánimo cambió hasta que una persona me invitó a la “pista”. No era una pista muy grande, si acaso había dos o tres parejas más bailando. Era una fiesta pequeña, éramos conocidos o por lo menos nos habíamos visto alguna vez en la vida.

Las posibilidades de hacer un ridículo eran bastante altas, ya que mi habilidad para bailar es cómo ver un pájaro volar sin alas o un pez nadar sin aletas. Sencillamente no nací con la habilidad para mover mi cuerpo de un lado a otro. Las experiencias del pasado indican que debía dedicarme a cualquier tarea menos a la de bailar en público. La razón por la que estaba teniendo una catástrofe personal en aquella noche era porque temía que tuviera que hacer presencia en el escenario y los resultados fueran desastrosos.

Lo fue. No sé bailar, repito. Me subí a la pista y empecé a imitar los pasos que veía en los demás. Era como ver un circuito en una serie de luces navideñas o un auto con un neumático de repuesto. Era el patrón que no combinaba, definitivamente hubiera querido desaparecer. No sé si alguien lo habrá notado, pero mi incomodidad aumentaba y mis esfuerzos cesaban. Regresé a mi silla, turbado y angustiado por haber quedado al margen en un espacio de diversión.

Sé que la narración que acabo de hacer es algo exagerada, pero esa era la idea desde un inicio. En ocasiones, nos enfrentamos a ambientes que nos superan, por sus exigencias y sus altos estándares alrededor. Es en este momento, cuando las personas camaleónicas tienen la capacidad de encubrirse en medio de su hábitat, sin dejar rastro alguno.

Existe un grupo de personas a los que llamo “los invisibles”. Personas que están en lugares, pero se mantienen en el anonimato. No les gusta la fama ni los aplausos. Mucho menos, les gusta la exposición frente a los demás. Cuando tienen que conversar, prefieren escabullirse en medio del grupo para no ser vistos jamás.

Por otro lado, y haciendo énfasis en una especial diferencia, están las personas que se adaptan a cualquier ambiente. Su ambición más importante en la vida es no quedar eximidos de la aceptación de grupo. Yo le llamo el culto a la apariencia y el deseo a ser “conocidos”. No quiero decir que esto sea erróneo. Al contario, creo que pretender ser reconocidos en medio de nuestras áreas de interés es de importancia, pero no el motor que impulse nuestros sueños. El éxito y la fama, cuando son el centro de nuestras intenciones, se convierten en el veneno de nuestros proyectos personales.

Las personas camaleónicas, aparte de ser personas muy astutas, pueden carecer de una habilidad social muy importante: mantener su esencia. Conozco a muchas personas que se adaptan fácilmente a grupos, personas, relaciones que con mucho pesar dejan a un lado su ADN personal.

Ser camaleónico tiene sus ventajas. Pueden encubrirse de las presas que hay alrededor. Pero pueden tener tantas “pieles” que al final de los años, olviden su piel tradicional. Son personas que para “quedar bien” con los demás, venden sus principios personales. Dejan de construir su personalidad con el propósito de alcanzar un rango en su grupo de amigos. Forjan hábitos de codependencia con los demás porque no es suficiente tenerse a ellos mismos.

El peligro extremo de ser camaleónico es que solemos sacrificar aquello que nos hace únicos por lo que otros han convertido en una necesidad. Permítame dar un ejemplo, he visto personas que, por relaciones de pareja, sacrifican sus sueños personales con tal de complacer al otro. No quiero decir que esté mal, pero sí cuando esto atenta contra la integridad personal. O he visto a hombres y mujeres ser secuestrados por adicciones simple y sencillamente por encajar en un grupo social. Otros que empiezan a hacer ejercicio para ser parte de un grupo. La necesidad de ser “incluidos” y no “excluidos” puede convertir a balletistas en strippers y a jugadores de futbol en rompecorazones. O bien, a aspirantes a la presidencia a líderes de una banda criminal. Decidir en función de los demás puede sumergir los sueños de niño en condenas de adulto.

¿Eres camaleónico o no? ¿Cuál es tu “piel” original? ¿Cuáles son tus valores y tus principios individuales? ¿Eres uno más entre las hojas y ramas o te diferencias del ambiente? ¿Pasas desapercibido o tu vida reluce en medio de los demás? Una estrella nunca deja de brillar. Una luz nunca deja de alumbrar, a excepción de cuando esa misma luz decide mantenerse apagada.

Camaleónico, regresa a tu piel original y no te dejes consumir por los diversos ambientes en los que estás.

PDTA: Tengo en mi lista de planes 2018 aprender a bailar.