Presos de un universo desolado

Nadie conoce con exactitud las dimensiones del universo ni de la galaxia en la que nos encontramos inmersos. Se han hecho infinitud de esfuerzos e invertido millones de dólares para encontrar una explicación al propósito de la existencia humana y conocer su procedencia.

¿Por qué nosotros? ¿Por qué el tercer planeta del Sistema Solar? ¿Porqué un espacio tan amplio y tantos millones de años entre una galaxia y otra? ¿Por qué hay astros más grandes que el Sol cuando pareciera que éste es lo más grande que nuestras mentes pudieran captar? ¿Por qué la luna proyecta la luz del sol sobre este pequeño y diminuto planeta? ¿Por qué yo? ¿Por qué se me dio la capacidad de entender, de razonar y de analizar lo que sucede a mi alrededor?

Los niños tienen la destacable virtud de preguntar incansablemente. Los que tienen pequeños a su alrededor sabrán que un niño no tiene miedo de preguntar, ni mide las consecuencias de las respuestas que podrían llegar a obtener. Tan solo basta escuchar a un niño en medio de un centro comercial preguntando a su madre: “Mami, mami… ¿Cómo se hacen los bebés?”; o el famoso anuncio de McDonald’s en dónde un niño de 5 años le consulta a su padre a todas voces: “Papi; ¿qué es sexo?”.

Los niños, a diferencia de los adultos, no pierden el arte de preguntar. Más bien son los especialistas en la interrogación y el cuestionamiento de la existencia. No deberíamos ir a las guías de entrevista para desarrollar el arte de preguntar, deberíamos remontarnos a nuestra niñez cuando inocentemente queríamos entender el porqué de las cosas.

Hemos crecido con un modelo perjudicial sobre el hacer preguntas. Nos sembraron la idea de que cuestionar la realidad es caer en el terreno de la rebelión intelectual. Al contrario, preguntar nos hace más sabios, porque nos expande la capacidad de entender diferentes puntos de vista. Cuando no se tiene el ejercicio de preguntar, caemos en la terrible trampa de la rigidez mental, y cualquier idea que se diferencie de la nuestra, es una amenaza contra nuestras creencias y valores.

Preguntar es esencial para evolucionar hacia una sociedad más próspera y unida.

Una pregunta que aproximadamente el 100% de la humanidad se habrá planteado en algún instante de su historia de vida es: ¿Qué hago yo en la tierra? ¿Para qué estoy aquí? ¿Acaso hay algún objetivo de que yo haya nacido en esta época? Yo me he hecho esas preguntas una y otra vez, continuamente, tratando de encontrar respuestas que satisfagan esa necesidad de darle un sentido a mi vida.

Lo peor que puede experimentar un ser humano es morir antes de haber muerto. Parece paradójico, pero esa situación se alcanza cuando el ser humano pierde la motivación para vivir, porque la motivación de vida tiene que ver con la plenitud de estar vivo y con la sensación de sentirse útil para alguna misión. Cuando alguien pierde el espíritu de cumplir algún fin en la vida, su existencia deja de tener sentido y ha muerto antes de haber dejado de respirar.

No hay nada peor que respirar estando muertos en nuestro interior.

Lo curioso es que nuestros formadores nos enseñaron que la vida tiene un propósito. Permítame decirle que la vida es inanimada y no tiene aliento de propósito. El propósito que tienen las circunstancias de la vida reside en la capacidad que tiene el ser humano para limpiar sus lentes una y otra vez, para ver la vida cómo un universo lleno de colores y no un universo de galaxias sin propósito.

El sentido de la vida es tan importante como la misma vida en sí. Sé que es atrevido aseverar lo anterior, pero me he dado cuenta que las personas quieren dejar de vivir, cómo si la vida no fuera suficiente regalo del cielo para continuar viviendo. Vivir no es un sacrificio, es un obsequio prediseñado desde antes de que todo existiera para que pudiéramos materializar nuestros sueños y respirar con un aliento de propósito.

La finalidad del ser humano no es hacer libremente lo que desea (cómo una vez dijo una profesora mía en la universidad); sino tiene que ver con asignar un propósito a todo lo que vive en su existencia. El hombre feliz es aquel que bajo todas las circunstancias, cataloga su vida como un espacio de propósito y plenitud, no importa cuál sea la dificultad que atraviese o la alegría que saboree.

Un universo desolado tienen aquellos que han extraviado la capacidad de dar propósito a su camino, cuando su camino es suficiente razón para dar propósito a su vida.

¡Gracias Dios, por ayudarnos a caminar con un propósito, no hacia un propósito!