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Puentes sin arreglar… Estacionamientos y presas de kilómetros en las carreteras… Accidentes de tránsito… Asesinatos sangrientos… Robos a mano armada… Choques con el tren… Nuevos presidentes… Terrorismo en los aeropuertos… Suicidios en los puentes… Actos de corrupción… Tráfico de personas… Familias desangradas… Almas dolientes….

La crisis ha aumentado y los medios se han encargado de propagar este estado caótico que sufre nuestra sociedad. Es prácticamente imposible acostarse después de un día sin al menos haber escuchado una noticia lamentable o un hecho irreversible.

Como efecto en cadena, los picos de ansiedad se han disparado y el estrés carcome aceleradamente una sociedad en alerta, que intenta recuperar la humanidad que le caracterizaba. No es una situación propiamente nacional, es una realidad que nos concierne a todas las etnias del mundo. Estamos en medio de una crisis mundial, dónde nos encaminamos a la pérdida de valores, al aumento de la maldad y a una competencia predatoria, dónde el más fuerte y “apto” es el que sobrevive.

Ahora bien, aunque el panorama mundial es controversial, no todas son malas noticias. Creo firmemente en un estilo de vida saludable paralelo a la crisis que atravesamos. Es un error caer en la fantasía de vivir con Alicia en el País de las Maravillas y olvidarnos de lo que sucede a nuestro alrededor, pero si se puede conservar un estado de paz interior sin importar la tempestad que aceche contra la puerta de nuestros hogares.

No estamos exentos de ser espectadores de malas noticias, pero si estamos en completa autonomía y capacidad de mantenernos sanos en la gestión de nuestros pensamientos y emociones.

¿Cómo mantener la paz interior en medio de esta crisis?

La paz no es un solamente un sentimiento, es más que eso. Es una experiencia con significado. La paz no es un estado alcanzable al que las personas acceden después de un ritual determinado y por arte de magia cambia la perspectiva. Creo que la paz es un mecanismo de reacción. Estamos en la potestad de determinar cuál va a ser la decisión que asumamos luego de presenciar una mala noticia. La paz es la herramienta más inteligente de contacto con la crisis.

La paz es un estado de autocuidado que nos permitirá afrontar la vida con significado, aun cuando las situaciones parezcan no tener respuesta ni justicia de por medio. Lo contrario a la paz es la tensión, el estrés y la preocupación excesiva, que en la mayoría de ocasiones, no logra absolutamente nada más que enfermar nuestro cuerpo, mente y espíritu.

La paz se cultiva a través de una vida de humildad, en dónde reconocemos que no somos dueños de la verdad, pero nos mantenemos abiertos a vivir los episodios de la vida con una mente abierta, flexible y agradecida. La paz no es esperar lo peor, es creer que lo mejor siempre estará por venir.

La paz es un resultado de una convicción de que todo va a estar bien. De que pase lo que pase, siempre seremos cuidados y amados para un propósito mayor. Dios, mis queridos amigos, denominó a su hijo el Príncipe de Paz. Ahora bien, la paz no es un regalo que se nos otorga para utilizar negligentemente, es un don que requiere nuestro esfuerzo por mantenerlo aún en la profundidad de la crisis.

Aunque suenen las ambulancias en las calles y las sirenas no enmudezcan su sonido, mi corazón estará tranquilo. Aunque la catástrofe consuma nuestras fuerzas, podemos encontrar una salida inteligente. La pregunta que le harán al pacífico siempre será: ¿Cómo puede usted estar tranquilo? Su respuesta será: Porque no me conviene no estarlo.

Cierro con una pregunta: ¿Cuáles son los beneficios que puede traer la intranquilidad que sean suficientemente convincentes para no optar por mantener la paz en nuestras vidas? Si hay alguna respuesta, preocúpate. Si no la hay, decide la paz.